En lo más profundo del bosque, donde los robles se abrazan con los alcornoques y el viento huele a jara y tomillo, vivía una pequeña liebre blanca llamada Nuba. Tan veloz como el río cuando discurre por las gargantas y tan suave como las nubes que flotan sobre la bella dehesa extremeña.
Cada noche, Nuba se reunía con sus amigos en el claro del bosque para escuchar los cuentos que les susurraba la luna. Entre ellos estaban Curro, el cervatillo de ojos grandes y curiosos; Tula, la dulce y paciente tortuga que siempre llegaba tarde pero nunca faltaba; y Pipo, el pequeño lirón que apenas podía mantenerse despierto.
Esa noche, la luna tenía una historia especial.
—Hoy os contaré una fábula sobre el Misterio del Lago Plateado —dijo la luna con su dulce voz suave.
Los animalitos expectantes, levantaron más sus cabecitas y sus ojos reflejaban con más fuerza la luz de la luna.
—Hace mucho, mucho tiempo, en una dehesa como la vuestra, vivía un pequeño cerdito ibérico llamado Blas. No era como los demás. Mientras sus hermanos jugaban en los encinares, él soñaba con ver el reflejo de las estrellas en el agua.
Una noche, decidió aventurarse hasta el lago escondido. Caminó entre la hierba alta, esquivó las piedras y, cuando llegó, vio algo maravilloso: el agua brillaba como un espejo de plata. Pero lo más sorprendente era que, en la orilla, había una cigüeña negra, elegante y sabia, esperándolo.
—Has venido por el secreto, ¿verdad? —preguntó la cigüeña.
Blas asintió, sin atreverse a hablar y en cierta manera bastante asustado por la situación.
—El secreto es simple: la belleza está en quien se detiene a mirarla —susurró el ave, extendiendo sus alas. Y te lo dice un ave que todos los años vuelve para observar a todos aquellos que disfrutan de su entorno.
Desde entonces, Blas volvió cada noche, y con el tiempo, otros animales también lo hicieron para escuchar a su amiga la cigueña. Juntos aprendieron que la magia de la dehesa no estaba solo en la belleza de su tierra, sino en los ojos de quienes la contemplaban.
Cuando la luna terminó la historia, Nuba y sus amigos se quedaron en silencio, sintiendo la dulzura del cuento en sus corazones. Uno a uno, fueron cerrando los ojos, mecidos por el murmullo del bosque y la convicción de que, al despertar, la belleza seguiría allí, esperándolos, pues se encontraba en su interior.
Fin.
Moraleja: Vivimos en la tierra más hermosa, que se merece que la miremos con nuestros mejores ojos. Pero sin duda lo mejor de nuestra tierra es... Su gente. ¿Y si cultivamos la belleza que de verdad existe en nuestro interior?