Había una vez un viejo sabio que vivía en lo profundo del bosque, en una cabaña rodeada de flores y árboles centenarios. Se decía que aquel hombre tenía la respuesta a todas las preguntas y que quien acudiera a él con un problema recibiría la ayuda necesaria para encontrar su camino.
Un día, Jesé llegó a la cabaña con el corazón lleno de angustias. Se sentía perdido, incapaz de ayudar a los demás sin sentirse muy agotado. Al ver al sabio, le preguntó:
—Maestro, deseo ayudar a quienes sufren, pero termino quemado y confundido. ¿Cómo puedo brindar ayuda sin perderme a mí mismo?
El sabio sonrió y, en lugar de responder, señaló a un ruiseñor que cantaba en la rama más alta de un roble.
—Observa a este ruiseñor —dijo—. Cada mañana canta su canción sin esperar aplausos ni pedir recompensa. Solo canta porque es su naturaleza. Así es como debes ayudar: desde el amor, sin apego a los resultados.
Jesé meditó en esas palabras, pero aún tenía dudas.
—Maestro, a veces siento que no soy suficiente para ayudar a otros. ¿Cómo puedo dar lo mejor de mí?
El sabio tomó un pequeño espejo y se lo entregó.
—Primero, debes mirarte con amor y aceptación. Si tú no crees en tu propio valor, ¿cómo esperas que los demás lo hagan? La verdadera ayuda nace cuando primero nos sanamos a nosotros mismos.
Jesé observó su reflejo y asintió. Luego preguntó:
—Pero, ¿cómo sé cuándo mi ayuda es útil y cuándo debo dejar que el otro encuentre su propio camino?
El sabio recogió una semilla de roble y la puso en su mano.
—Cuando plantas una semilla, no la obligas a crecer, ¿verdad? Solo la cuidas y confías en que la naturaleza hará su trabajo. Ayudar no es imponer, sino inspirar y confiar en que el otro encontrará su propio poder.
Jesé suspiró, comprendiendo poco a poco, pero tenía una última duda.
—Maestro, a veces quiero ayudar, pero no sé por dónde empezar.
El sabio tomó un cuenco y lo llenó de agua clara.
—Si tienes agua clara y tienes sed ¿Que haces? Bebes. Eso es lo primero.
—Comienza con pequeños sorbos de honestidad, humildad, atención plena, respeto y de escucha atenta. Y luego un gran trago de confianza y actuando con integridad verás cómo tu ayuda se vuelve poderosa.
Mientras Jesé absorbía aquellas lecciones, una brisa ligera trajo consigo pétalos de flores silvestres, samaras del viejo olmo y vilanos de dientes de león que sin duda harán brotar nuevos retoños. El ruiseñor siguió cantando y el sabio susurró:
—Y nunca olvides que ayudar también es un arte. A veces, un poema, una canción, una sonrisa, o una mirada sincera pueden sanar más que mil palabras. La belleza y la sensibilidad son bálsamos para el alma.
Jesé agradeció al sabio su tiempo y su saber y, con un corazón más ligero, emprendió su camino. Desde aquel día, ayudó con amor, conciencia y sabiduría, sin perderse a sí mismo en el intento.
Y así, su vida se convirtió en un canto, como el del ruiseñor en el roble.
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