"El número de mi vida"
Levanté la cabeza entre ojos llorosos… y allí estaba. Sonreí
a pesar de la pena de la pérdida. Una vez más pasaba a formar parte de los
episodios más importantes de mi vida. Sentí que me abrazabas. ¡Ay!, ese número.
Desde pequeño me acompañaba en los listados del cole,
siempre coincidía. Me acompañó en mi comunión y creo que hasta en mi bautizo.
Pero ese día más que nunca noté su abrazo…. Y desde ese
momento quedó inexorablemente vinculado a ti… Papá.
Ahora siento dolor pero una enorme alegría… creo que me has salvado la vida… tú y mi número.
Pude notar como algo o alguien puso las manos en mi cara
para no sufrir daño… bendito accidente.
… todo comenzó la tarde anterior. Compras de navidad, carros
de moneda, pero claro una vez más sin monedas, ¡malditas tarjetas!
Me acerqué al puesto de la vendedora de la lotería cercano y
pedí un número para ese sábado, extraño en mí, no soy de los que confían su
suerte a la suerte, pero claro necesitaba una moneda.
Una mujer agradable con sonrisa firme, como haciendo
significativo ese momento de vender suerte extendió el boleto de la once hacía
mi… tenía varios montones de boletos
pero tuvo que ser ese.
Y allí estaba otra vez... mi número. ¡Terminaba en mi
número! Y claro no pude pensar más que… ¡esta noche me toca seguro!
Compras, compras y más compras… y vuelta a casa.
A la mañana siguiente, no sabía qué hacer, a que dedicar mi
tiempo… correr, pasear, escuchar música, que se yo. Al final nada más allá que
compartir momentos con amigos de redes sociales que tan cercanos están sin
saberlo.
Se acercaba la tarde y necesitaba escapar de mi… agarré la
bici y me lancé al mundo. Era una tarde sombría, lluviosa, oscura pero son de
esas tardes que me encantan… porque no duran para siempre… Oh, pero si no he
mirado el número premiado de ayer… y si soy ¡rico!
Corrí al ordenador enjutado en mi ropa de ciclista con
chubasquero y todo… y busqué, pero NO,
no tuve suerte…
Maldita valla… cuando la ví ya era tarde… decidí sujetar
fuertemente a mi amiga de dos ruedas y que pase lo que pase.
Se me había vuelto demasiado oscura y lluviosa la tarde y
volvía con prisas a casa… y no me acordé de esa valla en medio de la carretera.
Y eso que durante las más de 3 horas que pasé entre caminos y recuerdos fui feliz
y a la vez infeliz… la vida misma. Me acordé de ti… siempre me acuerdo de ti cuando
paso con la bici por el mismo punto, por el mismo sitio…
Pensaba en ti y en los paseos que no pudimos dar juntos, y
que sé que te hubieran gustado... y a mí… Pero
ya te habías ido… sólo me quedaba tu recuerdo y mi número asociado a ti.
Maldita valla… y tuve miedo…, no sabía cuál podría ser el
resultado de la caída…
Pues de cara…, caí de cara, cuello y frente, y mi amiga a
más de 10 metros de mi… pero sentí tus manos en mi cara, tus manos labradas por
tu trabajo con el hierro de toda la vida, tus manos erosionadas por el tiempo y
por esa alergia que te provocaba tanta incomodidad…, sentí tus manos… de otra manera hubiera sido
mi triste final.
Me pude incorporar y sujetarme el labio ensangrentado… y me senté en el asfalto mojado con el agua
cayendo sobre mi chubasquero… y sonreí. ¡Qué leche más tonta! Y esa valla
¡quién la ha puesto ahí! Siempre estaba,
pero ¡quien me manda a mí hacer la ruta al revés!. No se puede ir al revés de
cómo vas siempre… recordé.
Tras unos minutos de dolor, de intenso dolor… pude andar unos metros… busqué en el bolsillo derecho de mi
chubasquero el móvil en el que aún sonaba la música que siempre me gusta que me
acompañe y conseguí con mis dedos maltrechos apagarlo.
Y me acordé, de que llevaba las gafas en el bolsillo
izquierdo, introduje la mano… gafas rotas… pero junto a ellas el boleto de la lotería
sin premio… y ahí estaba de nuevo mi número, manchado de rojo por las heridas
de mis manos. Decididamente ese boleto me trajo la suerte, la Buena Suerte.
No me tocó el día anterior, me tocó cuando me tenía que
tocar… ese número vinculado a la memoria de mi padre… ese número que se encuentra
en el camposanto donde por última vez le di el último adiós terrenal. Encima de
su lápida… el 28.
Mire el reloj, sabéis ¿qué hora era?.
Las 17,28.
Toda historia es un paso en el camino de la espiritualidad.
ResponderEliminar... y todo paso es una huella que perdura en el tiempo.
EliminarQue orgullosa me siento de tener un amigo como tú ¨Eres genial
ResponderEliminarGracias anónima... y seguro que es recíproco. ¿?
ResponderEliminar