30 de noviembre de 2023

La Regla de los 3 segundos o cómo cambiar tu vida en 3 segundos

Y si pudieras cambiar tu vida o tu destino en sólo 3 segundos... O cómo en sólo 3 segundos puedes pasar del "No puedo" a "Lo voy a conseguir".


Lo que creemos de las cosas que nos pasan o de los estímulos que recibimos, incluidas nuestras denodadas opiniones acerca de política, de economía o de relaciones de pareja son una sensación añadida por el cerebro y no una realidad. 
Si nuestras creencias estuvieran generadas por la realidad, todas las personas deberíamos compartir la misma opinión acerca de la economía o de si fue o no penalti. Sin embargo, no sucede así porque el cerebro de cada hombre y mujer transforma todo aquello que ve para que la vida tenga sentido para él y no para su vecino o para su suegra, dando lugar a tantos puntos de vista como individuos existen en la faz de la tierra. 

En la percepción está la clave de la realidad, bueno la clave individualizada de la realidad de cada uno. 

Este proceso de percepción se construye en cuatro etapas:

1. Traducimos los estímulos internos y externos a un lenguaje de señales  electroquímicas que el cerebro pueda entender, algo de lo que se encargan especialmente las neuronas y aquello que llamamos sentidos.
2. Analizamos esos estímulos a través de la corteza cerebral (un espacio de un grosor de poco menos que la mitad de un grano de arroz que llevamos debajo del cráneo y en donde dispuestas en 6 capas, como batallones de soldados, se encuentran más de 15 millones de neuronas), tras analizar seleccionamos lo más interesante, claro está lo más interesante para cada uno de nosotros.
3.  Asociamos todos esos estímulos a una imagen mental que procede de la memoria y en ese momento le damos un significado a las percepciones y todo esto lo hacemos de manera insconsciente (ojo al dato).
4. Integramos toda esa información para obtener una percepción continua de la realidad que es a lo que llamamos Presente. 

En 2016, Ernst Pöppel y Bao (este no es un pan chino) encontraron un patrón de 3 segundos para todas y cada una de las actividades que realicemos independientemente de como seamos, ya sea percepción auditiva, de visión, de memoria, del habla, del control del movimiento… El cerebro genera una “realidad” en ventanas de 3 segundos de duración y genera el Presente a partir de esa ingente información objetiva que llamamos realidad y de la que se sabe que solo llegamos a percibir no más del 0,01% de toda ella. [Pöppel, E. y Y. Bao, Subjective Time: The Philosophy, Psychology, and Neuroscience of Temporality, 2016: The MIT Press.]
 
Podemos decir que segmentamos la información en ventanas de tres segundos, la clasificamos, asociamos y alteramos en base a experiencias pasadas, integrándola para dar lugar a un continuo que conocemos como presente. 

Percibimos la realidad en porciones de tiempo, de forma segmentada, dividiendo cualquier experiencia en ventanas de tres segundos. En este período, el organismo traduce los estímulos al lenguaje cerebral, analiza sus características básicas, se queda con lo novedoso e interesante, le da un significado, integra la ventana actual con la anterior gracias a la memoria para ofrecer la sensación de continuidad y proyecta el resultado en la ínsula (y no la Barataria de Sancho Panza, sino la cerebral) para tomar conciencia de que somos nosotros quienes vivimos esto y no mi tía la del pueblo.

Esto es vital, si vital, porque hace posible que cada tres segundos exista la posibilidad de modificar cualquier aspecto de la realidad que percibimos. ¿Cómo? ¿Aunque llevemos 28 años haciendo lo mismo? Sí. Neurológicamente hablando, el cerebro es capaz de dar por acabada una costumbre en tan solo tres segundos, con un buen gancho de izquierda sobre el mentón. 


Un ejemplo… pasamos al lado de una pastelería y durante 3 segundos nos fijamos en ese maravilloso donuts de chocolate y nos sentimos tremendamente atraídos por él. Después dejamos de verlo, desaparece, de nuestra atención. Es decir, lo hemos visto, hasta lo hemos olido gracias al aroma delicioso que venia de dentro de la pastelería e incluso nuestras tripas han gritado de placer… después se ha esfumado. En ese corto espacio de tiempo ha acaparado nuestra ventana del presente y el organismo ha generado una percepción coherente de la realidad, ruidos en el estómago incluidos, basándose en la información recibida por los sentidos. 

Sigamos un razonamiento lógico. Justo cuando el donuts desaparece de nuestra "ventana" deberíamos pasar a experimentar otra cosa distinta de manera inmediata, una nueva realidad basada exclusivamente en la información actual de los sentidos. Sin embargo, esto no ocurre así en la práctica porque, aunque el presente sea un navegador web que se refresca cada tres segundos, seguimos pensando en ese donuts durante más tiempo. A esa persistencia se la conoce como memoria, y es vital para la construcción de un presente apetecible. Digo bien “apetecible”, apetecible para cada uno, de la manera más egoísta que te pudieras imaginar.

La memoria a corto plazo es la encargada de suavizar esa transición entre ventanas haciendo de la percepción algo gradual, un flujo, algo continuo.

En realidad, se trata de una transición tan obvia para el cerebro como la que hacemos al pasar de una cadena de tv a otra, pero sin ella el presente solo sería una sucesión de saltos sensoriales y emocionales bruscos poco apetecibles. La duración de esta transición es proporcional al tiempo que nuestra atención sigue puesta en ese donuts de chocolate o en cualquier otra cosa o estímulo. Al poner la atención en él, estamos diciéndole al organismo que queremos seguir pensando en ese donuts que ya no existe. ¿Y qué acostumbra a hacer cualquier organismo en ausencia de información? Pues se la inventa. Primero alarga la duración de la transición y después genera la percepción de la realidad apoyándose en la información procedente de la memoria. 

A fin de cuentas, es un apaño similar al desaguisado que el cerebro encuentra a la hora de construir la visión. Si no lo sabéis, el ojo es incapaz de enviar información de cualquier escena al cerebro puesto que no existen células capaces de transformar la luz en impulsos eléctricos, solo los transforma en impulsos nerviosos (estamos en manos de lo que interprete nuestro nervio óptico). El resultado es un punto ciego (es el lugar en el que tu cerebro, y no tú, decide que información poner ahí). Para arreglar este desaguisado, recordemos que el cerebro echa un vistazo a la información de las células vecinas, da por supuesto que la información en el punto ciego será parecida, y se inventa lo necesario. 
En el caso de la memoria el organismo hace algo similar. El cerebro da por supuesto que las ventanas sucesivas del presente serán parecidas a sus predecesoras y genera una ilusión, demostrando que la veracidad no es importante para él. 
Durante el tiempo que la memoria llena de ilusiones la ventana del presente, el cerebro intercambia la información de los sentidos por una imaginación, por una imagen mental. Esta imagen mental hace que las personas vivamos constantemente nuestra interpretación individual de la realidad. En cierto modo vivimos en el mundo de ficción que queremos vivir. Sea bueno o malo para nosotros. 

Aunque una experiencia pueda perdurar en el presente gracias a la memoria, no significa que la experiencia esté ocurriendo realmente. De hecho, solo tenemos la capacidad de recordar las cosas que pensamos y sentimos, no los hechos. 

Desde un punto de vista científico, los seres humanos tenemos la posibilidad de transformar cualquier aspecto de nuestra vida en un instante, cada tres segundos, pero no la vemos porque pensamos que la memoria, la persistencia en el presente de una información que no existe, es real. Darse cuenta de esto puede ayudar a muchas personas a reconectarse conscientemente con el proceso inteligente de la vida. Envasemos esta idea en una nueva premisa para llevarla en el bolsillo durante el día a día: «cada tres segundos existe la oportunidad de transformar la realidad que percibimos». 

La regla de los tres segundos no es algo místico o espiritual, proviene de la naturaleza misma del organismo. Tomar conciencia de ella nos permite convertir la percepción de la realidad (algo automático hasta ahora) en una elección consciente, devolviéndonos la libertad y el poder de decidir instante tras instante. 

Al final te diste la vuelta, entraste en la pastelería, compraste el Donuts y la realidad de ese momento fue otra... Estaba duro como una piedra. guiño

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